Departía amistosamente no hace mucho tiempo nuestro santísimo padre León XIII con algunos Cardenales y Prelados de los que suelen rodearle, y sin saberse cómo ni por qué, rodando la conversación, vino a girar sobre Don Bosco y su Obra, emitiendo cada uno de los circunstantes su parecer. Cuando los presentes hubieron dicho lo que estimaron oportuno, León XIII tomó la palabra, mostrándose en sus razones, pensador como siempre y filósofo profundo. «La obra de Don Bosco, dijo, es a no dudarlo, extraordinaria; excede a las fuerzas humanas, pues no se concibe que un hombre solo, desprovisto de medios materiales, un sacerdote pobre y humilde, haya podido hacer en breve tiempo, que breve tiempo son treinta o cuarenta años, las maravillas que asombradas contemplan Europa y América. Ahora bien —continuaba el Papa con su lógica irresistible—, lo sobrehumano ha de ser necesariamente o diabólico o divino; sus tendencias y resultados manifiestan clarísimamente si es lo uno o lo otro. Lo que tiende a propagar y afirmar el reinado de la soberbia, no puede calificarse sino de diabólico; así lo es la Revolución con sus falsos milagros. Lo que por la inversa se dirige a extender y consolidar en el mundo el imperio de la humildad y de la caridad, o sea, la soberanía de Dios, debe llamarse divino. El dedo del Altísimo se descubre por lo mismo patentemente en la Obra Salesiana, toda vez que su fin es Cristo, su regla Cristo, y Cristo el arma con que lucha; va sembrando por donde quiera abnegación, mortificación y amor; y trabaja por la causa de Dios, y no por los intereses terrenos del hombre».
Esta bella anécdota, de cuya veracidad no podemos dudar, porque persona merecedora de entera fe nos la ha referido, da la clave segura para apreciar en su justo valor la Obra Salesiana. Por nuestra parte, no haremos otra cosa que desenvolver el argumento contenido en el incontestable razonamiento de León XIII.
Cardenal Espínola
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